A las puertas del cielo

Ahí tienen que estaban en el cielo en plena juerga dominical. Todos los habitantes del paraíso daban rienda suelta a sus más bajas pasiones. Un angelito se tiraba a una monja, un sacerdote se empedaba y manoseaba a un monaguillo, mientras a san pedro le hacían un privado. En eso llaman a las puertas del cielo y don pedro, todavía bajo los efectos del embrujo al que le sometieran las artes amatorias y con voz entrecortada pregunta: ¿quién? A lo que una voz suave y serena le responde: su santidad... ¡en la madre! Piensa san pedro, bajandosele en el acto la tremenda peda que se cargaba. ¡guarden los pomos! ¡saquen a las putas! ¡subanle los calzones a las monjas! Tanto tardaban en poner orden al desmadre que tenían, que se escucho otro llamado a las puertas del cielo, está vez más insistente. ¿quién? Pregunta de nuevo san pedro sintiendo los huevos en la garganta. Su santidad- responde la voz ya menos suave y serena, a lo que completamente encabronado responde san pedro: ¡habla bien, "gilipollas". Creímos que era sanidad!

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